Aquella edad inolvidable by Ramiro Pinilla

Aquella edad inolvidable by Ramiro Pinilla

autor:Ramiro Pinilla [Pinilla, Ramiro]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 2012-01-01T00:00:00+00:00


Souto tardó meses en aceptar que el ruido de la lecherita que a diario le llegaba del portal nunca dejaría de ser una medicina amarga en el futuro. ¿Qué futuro? Cualquiera que fuese, ¿cómo cortar aquella trampa? Al principio confió en la intervención del padre, incluso en la de la madre, y al cabo más en esta, en una de sus impalpables resoluciones. Pero la leche de la lecherita continuó llenando los tres tazones de desayunos y cenas.

La confianza en el apoyo del Athletic no se resquebrajaba. Si Souto rezongaba: «Sin noticias de ellos», Cecilio acudía con el paraguas: «En estos cuatro meses no han dejado de llegar a casa la paga y la prima. Es gente seria». En septiembre de 1944 quedó cancelado aquel inolvidable contrato de dos años y Souto se instaló en el desvalimiento más absoluto. No había razón. Quedaban las 2000 pesetas de la ficha, aún intactas por no haber sido utilizadas en la hipoteca del escurridizo piso del pasado. Y era el espejismo de aquel mal llamado bien el flotador de Cecilio y el futuro aún más negro para Souto cuando se comieran la última peseta de la maldita ficha.

—Vas a gastar el pasillo —le dirigía suavemente el padre viéndole arrastrarse arriba y abajo.

Souto no tenía muchas ocasiones de descargar su amargura.

—Quiero enseñar a esta pata y dejar de ser un medio hombre.

En estas ocasiones la sombra silenciosa de Socorro se deslizaba por las paredes próximas.

Una tarde de diciembre, oliendo ya a Navidad, se detuvo ante la casa el mismo automóvil y pisaron la carretera los lustrosos botines del directivo calvo. Cecilio lo sentó en una silla del frío comedor tras aconsejarle que siguiera con el abrigo puesto. Al aparecer Souto el visitante comprobó que componía un todo con su muleta. Souto se dejó abrazar.

—No dejamos de darle vueltas a tu caso —empezó el directivo—. Hemos recorrido todos nuestros puestos subalternos a ver dónde puedes encajar. El resultado ha sido decepcionante.

Souto pensó que le miraba por primera vez como a un inválido. Se había sentado sin separarse de su muleta. El pequeño comedor era la estancia más fría de la casa porque apenas se pisaba. Cecilio danzaba de un punto a otro puliendo detalles. «Coñac», se recordó, desapareciendo.

—No podré trabajar en casi nada pero sí en algo —apuntó Souto.

—¡Oh, sí! —exclamó el directivo. Tosió sin ruido—. Seguramente. Siempre hay un trabajo para cada capacidad.

—Dando cuerda a los relojes —rio Souto—. ¿Dónde tiene el Athletic sus relojes?

—No bromees —suplicó el directivo secándose las manos con un pañuelo blanquísimo.

—La muleta me deja libre una mano para dar cuerda a lo que sea —insistió Souto.

—Tenemos puestos, el problema es tu encaje en alguno. Hemos hablado del asunto en nuestras asambleas y sostengo que lo tuyo ha de ser una ocupación sentado.

—Sentado solo se puede dar cuerda a un reloj de pulsera.

El directivo calvo se echó atrás contra su respaldo.

—Si continúas atormentándote no resolveremos nada. Colabora. En tu mano está seguramente proporcionarnos ideas… porque nosotros hemos llegado a un punto muerto.



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